Me desperté con la boca seca, como si en pleno desierto me hubiera comido un polvorón de almendras, el Jack Daniels me estaba destrozando, pero era imposible dejar lo único que en esta vida me daba placer, no conseguía superar la muerte de mi periquito N’kono, el pobre murió de una sobredosis de pipas rancias, y es que las pipas no son buenas para nadie aunque sean bajas en sal, aquel desagradable día de invierno, al despertarme e ir a saludarle me lo encontré tirado en la jaula con todo el pico lleno de sal, lloré mucho su muerte y lo enterré en el rosal que tengo en el balcón, el cual murió poco después por falta de riego, por eso aún conservo la maceta con tierra y el cuerpo de N’kono en el balcón, y por eso la pena me llena por dentro y utilizo el Jack Daniels para eliminar todos mis males. Llevaba barba de varios días y una babilla digna de un gran soñador, aún eran las 7:22, no sé porqué extraña razón me levantaba siempre unos minutos antes de que sonara el dichoso y maléfico despertador, me levanté con dolores de espalda, piernas cansadas, algo sudoroso y con algún que otro gemido de dolor, me acerqué a la estantería, y comencé a mirar mi estupenda y gigantesca colección de vinilos, no me decidía por ninguno en especial, clásicos y clásicos nikochianos, todos en perfecto estado, con una funda con mi nombre, sin una mota de polvo, de golpe lo tuve claro, el cuerpo me pedía marcha, me pedía rock, y en seguida comenzó a sonar “Baba O’Riley”, y mientras me rascaba el culo y tiraba del calzoncillo para despegarlo de mi trasero sonaba a todo volumen: “Teenage wasteland, It's only teenage wasteland, Teenage wasteland..They’re all wasted!” toda una verdad cantada a los cuatro vientos, el disco seguía sonando, con ese ruidito caracterítico que sólo los vinilos tienen, ese sonido a antiguo, a película de cinexín, a crujidos susurrantes que se escuchan entre canción y canción, solo cuando nos invade el silencio previo a la tormenta, y tormenta es lo que sonó en la habitación y me hizo correr hasta el lavabo corriendo, bajarme los calzoncillos hasta los tobillos y deslizarme de un salto a la taza del inodoro. Miraba las baldosas del suelo con los parpados ligeramente pegados, los abría y cerraba lentamente buscando alguna señal, alguna respuesta en las formas que los dibujos de las baldosas hacían, pero sólo veía la cara de mi periquito y eso me destrozaba. Ya desnudo, entré en la ducha, con la mala suerte que el disco finalizó en su primera cara, como ya estaba enjabonado y con el pelo a modo punk, decidí continuar yo mismo y a capela con la cara b. Y mientras me secaba a ritmo de la magnífica “Behind blue eyes”, sonó el teléfono justo cuando comenzaba el estribillo, maldición, era del trabajo, me tenían bastante harto, así que dudé unos segundos, pero finalmente no lo cogí, me senté en pelota picada en el sofá, y me pasé unos cuantos minutos con la mirada perdida, después, me levanté, me vestí y cogí mi mochila de la segunda guerra mundial, y en ella puse un par de calzoncillos y calcetines, unos pañuelos de papel, tres eferalganes, una manzana, y mi petaca llena de ron, para luego coger la maceta del balcón y salir en dirección a ningún sitio, cerré la puerta con llave dando doble vuelta y con un gran suspiro que pronosticaba que tardaría mucho tiempo en volver, bajé por las escaleras furtivamente esperando no encontrarme con ningún vecino, y comencé a caminar sin echar la vista atrás, una nueva vida me esperaba, un nuevo comienzo, un futuro prometedor con miles de aventuras y una mujer, un futuro que me marcaría y transformaría para siempre, un futuro que comenzaba en el tren de las 5:15 sin rumbo conocido, con el añejo ruido del tren, mi cabeza se fue acercando lentamente a la ventanilla, y los ojos se me fueron cerrando, hasta quedarme dormido, allí estaba yo, Nikochan, dormido en el asiento de un tren, abrazado a una maceta sin flor, rumbo a lo desconocido. Desperté bruscamente, el tren estaba parado dentro de un túnel, el ambiente demasiado tranquilo, nadie a mi alrededor, me levanté y fui avanzando por los vagones, ni un alma en el tren, estaba solo, decidí salir del tren y caminar por el túnel con la esperanza de ver un poco de luz que me señalará la salida, pero después de horas de caminar y caminar, no había salida, eso no debía ser un túnel, ni siquiera existían raíles, como podía haber llegado el tren hasta allí, seguro que no era un túnel, no había paredes, ni limites, era una gran extensión de terreno a oscuras, notaba mi cuerpo algo diferente, me sentía mas pequeño y rechoncho, la bolsa me ceñía y me costaba abrazar la maceta, de repente, me pareció escuchar un sonido, parecía el ruido del agua de un riachuelo, o de una fuente, a medida que me acercaba al sonido una brisa golpeaba mi cara, definitivamente había encontrado la salida, un poco de luz comenzaba a vislumbrar lo que aquel recinto escondía, no era tal recinto, era una cueva, y el tren, que hacía allí el tren, no era lógico, nada parecía normal, mire hacía el final de la cueva, un río atravesaba la cueva separándola en dos partes, y caía por un agujero formando una inmensa cascada, de ese agujero provenía la luz, pero por allí no podía salir, era demasiado peligroso, así que me senté en una roca y me agaché para refrescarme la cara, al agacharme para coger un poco de agua, observé mi cara reflejada en el agua cristalina del río, me quedé paralizado, y la maceta se cayó por el suelo, se partió y la tierra junto con el cadáver de N’kono fue arrastrado por la corriente del río. Mi cara era verde, mi cuerpo era verde, no tenía pelo, pero sí dos antenas que servían de nariz, y el culo, el culo justo encima de la cabeza, mis brazos y piernas eran muy cortas, no sabía muy bien en qué tipo de monstruo me había convertido, ni como ni porqué, pero desde aquel momento encontré un motivo para seguir viviendo, encontrar la manera de volver a mi estado natural, la respuesta de quién, como y porqué me había convertido en esa especia de albóndiga verde, y sobretodo, la manera de devolver la pelota al miserable responsable de aquella atrocidad. Venganza.