Yonder Is The Clock (The Felice Brothers, 2009)

“Yonder Is The Clock”: 1.- The Big Surprise; 2.- Penn Station; 3.- Buried In Ice; 4.- Chicken Wire; 5.- Ambulance Man; 6.- Sailor Song; 7.- Katie Dear; 8.- Run Chicken Run; 9.- All When We Were Young; 10.- Boy from Lawrence County; 11.- Memphis Flu; 12.- Cooperstown; 13.- Rise and Shine.

Suenan las primeras notas de “The big surprise” y la emoción y la melancolía invaden furtivamente mi corazón y es que si hay algún grupo que consigue llevarme a niveles sentimentalmente profundos y me provoca un vuelco en el corazón ese es “The Felice Brothers”. Simon, Ian y James firman un disco de notable alto que bebe directamente, sin tapujos ni disimulo de la herencia de Dylan y de The Band, cada disco de los de Woodstock (NY) supera a su predecesor, y es que “Yonder is the clock” (09) es una delicia, una maravilla, una joya oculta para muchos que no debería quedar en saco roto.

Puede que la escena musical esté saturada de grupos dedicados en cuerpo y alma al sonido americano de raíces pero, para ser sinceros, tampoco es que exista una escena nueva, moderna, poderosa y/o influyente en la música así que tampoco es de extrañar que todos aquellos que amamos la música demos un pasito atrás buscando en el pasado, o en el presente algo que nos devuelva ese sabor añejo de ingenuidad al descubrir y disfrutar un disco por primera vez, discos que ganan con cada escucha, que a la escucha siguiente y siguiente como por arte de magia te hagan descubrir una nota, un riff, un deje vocal que te había pasado inadvertido, que te enamore, que te lleve al huerto, y que te haga dudar al elegir cual de los temas del disco es mejor. Ese sentimiento que pensaba que había desaparecido me ha sido devuelto al escuchar lo nuevo de los Felice Brothers, y es que “The Big Surprise” es todo menos algo anodino, tiene magia, tiene mucho tempo, tiene mucho down (woman del cayao..), es una canción perfecta, decadente, hermosa, y sólo con esta preciosa pieza el grupo merece ser llevado a los altares. La gracia, sin duda, es que tienen fácilmente una docena de canciones de esta guisa, y si eso no es suficiente cuando alguno de los hermanos aborda una aventura en solitario la cosa solo hace que crecer, para muestra un botón y si no lo creéis podéis darle una escucha al disco “Nothing gold can stay” de The duke and the king que tiene como cabeza visible y parlante al bueno de Simon Felice que después de este trabajo y el realizado con sus hermanos deja la banda para seguir un camino en solitario.

Volviendo al disco de los Felice, no sólo hay viajes a las profundidades del alma, también hay cientos de imágenes de la americana rural, de la vida cotidiana, de momentos en bares, viajes, trenes, carreteras solitarias y fiestas populares dominadas por una percusión tribal, un viejo acordeón y una locuela e incendiaria armónica, un festín musical que podemos resumir con la enérgica y perfecta “Penn Station”, segunda canción del disco que en ningún momento pierde pistonada, ahí están “Buried in Ice”, “Chiken Wire”, “Sailong song”, “Run Chiken Run” y Cooperstown” para darle sentido y veracidad a mis opiniones. “Yonder Is The Clock” no es un disco modernito, no es la punta del iceberg de un nuevo movimiento, no pretende sacudir las listas de ventas musicales a cualquier precio, sólo es un muy buen disco de música, una música sin artificios que emana del corazón, del alma y que pretende ser sincera y fiel a sus raíces. A mi particularmente con eso me sobra, y es que hace tiempo que acepté que ese es mi gusto y que eso es lo que quiero, yo quiero rock con sabor añejo, rock sudoroso, tabernero, con su piano, su armónica, su banjo, y porqué no, un diabólico acordeón!. Alejaros de este disco gafapastas modernetes, vosotros seguid escuchando samplers, ritmos pregrabados, psicodélia de andar por casa, seguid escuchando a los vendedores de humo, ni os acerquéis a esta maravilla no sea que sin saber como ni porqué se ponga de moda y deje de ser un secreto a voces. Yo me quedo con la pureza y la honestidad de unos hermanos que a pesar de estos tiempos en los que vivimos siguen considerándose músicos.

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