Érase una vez un inglesito llamado Richard Branson dueño de varias tiendas de discos a domicilio en la vieja Inglaterra. Corría el año 1973 y Richard que tenía un talento innato para oler buenos negocios conoció a un jovenzuelo con cabello largo y un gran talento para la música al que todas las discográficas le habían denegado la opción de publicar su obra, así pues el hombre que luego se convertiría en el señor Branson decidió ayudar al joven gracias a la discográfica que estaba a punto de formar, el disco sería el primero de su discográfica y llevaría por nombre “Tubular Bells” y como todos sabéis se convertiría con rapidez en un tremendo éxito en ventas y en un indiscutible clásico, incluso fue la banda sonora del film “The Exorcist”. El joven en cuestión no era otro que Mike Oldfield, y claro, el señor Branson se convirtió en uno de las personas más ricas del mundo, no por el disco sino por sus negocios, el disco al fin y al cabo le sirvió para crear Virgin, y el resto de la historia creo que ya la conocéis.
La grabación de Tubular Bells se llevó a cabo en una vieja iglesia con Oldfield tocando todos los intrumentos, sus amigos (incluido Branson) ayudando en lo que podían y sin que apareciesen voces como querían imponer aquellas discográficas que le denegaron la edición del disco y que supongo yo se arrepintieron muchísimo y despidieron al director. Y es que una de las grandes características del disco es la ausencia de voces aunque sí aparezcan coros, esa intro descomunal, la extraña división del disco en dos partes o movimientos, la parte llamada “el maestro de ceremonias” donde se van nombrando todos los instrumentos que se van agregando a la melodía y que tenía como colofón final la aparición estelar de la campanas tubulares. Tal vez, Tubular Bells, no es uno de esos discos que a uno se le pasan por la cabeza cuando intenta nombrar los veinte o veinticinco mejores discos de la historia, pero desde luego por calidad, influencia y ventas fácilmente debería colarse entre el grupo de los elegidos. El disco es tan bueno que quitando un par de discos, Oldfield no ha podido deshacerse de su sombra, aún así es muy recomendable tanto como el mismísimo Tubular Bells el álbum “Five Miles Out” (82), algo más pop y que contenía canciones de tres o cuatro minutos con voces femeninas que han estado en lo más alto de las listas. Tubular Bells es una deliciosa rareza para escuchar en casa repanchingado en el sofá mientras uno saborea una buena copa de vino y si uno quiere se fuma un buen cigarrito, si es risueño mejor. Es una obra maestra que escuché más de mil veces en mi adolescencia hasta el punto de poder tararear cada nota de cada instrumento, ya sé que es de enfermo pero es que estamos ante un gran clásico que debo reivindicar, un clásico indiscutible, un clásico nikochiano.
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