Clásicos nikochianos: L.A.WOMAN (1971)
El último disco del grandísimo rey lagarto, el disco que marca la trayectoria de lo que hubieran sido los Doors si Jim Morrison no hubiera fallecido después de abandonar el grupo, de ser el mocetón guaperas con pinta de playboy y con esas canciones psicodélicas pasó en cinco añitos a ser un gordo barbudo al que le gustaba muchísimo el blues, pasando de imagen y de ego, facturaron The Doors uno de sus mejores discos, hablo como no del increíble L.A.Woman de 1971, ya en la portada vemos desaliñados a los cuatro miembros del grupo, el disco comienza con un “The Changeling” que te deja encantado, con ese sonido Wah-Wah, que ritmo y que bien acompañado por el organillo de Manzarek, una cosa empieza a demostrarse, el alcohol, las drogas y el tabaco han dejado huella en la voz de Jim, pero se acopla muy bien a su nuevo estilo, le sigue “Love Her Madly” una de esas canciones que sólo Morrison podía realizar, una letra fascinante, una canción perfecta, luego llega el blues demoledor con “Been Down So Long” vaya peazo blues, y para blues, y muy tranquilo el de “Cars Hiss By My Window” con esa imitación vocal final de un solo de guitarra eléctrica por parte del bueno de Jim, llega la canción que le da nombre al disco, una de esas que tanto nos gusta a los seguidores de The Doors, y una de esas que detestan sus detractores, una canción llena de cambios, una canción de casi ocho minutitos, una de esas que te gusta cantar o gritar en el coche mientras invocas a Mr.Mojo, impresionante. Luego Jim nos cuenta una historieta perfecta, “L’America” con ese tono tan misterioso y apocalíptico, para luego regalarnos la preciosa “Hyacinth House” pura mágia, Jim en esencia aunque su voz en esta canción se ve muy, pero que muy perjudicada, llegando como en muchas partes del disco a ser doblada por Robby Krieger, la siguiente es una versión de John Lee Hooker, y es que “Crawling King Snake” nunca sonó mejor y con tanta fuerza, la curiosa, extraña y enigmática “The WASP” es la siguiente, y te prepara para la obra maestra, arrolladora, ambiental, bella, y perfecta que es “Riders On The Storm” que empieza con ese ruido de lluvia, ese organillo que se cuela como gotas de agua, esa voz de ultratumba, angelicalmente endemoniada, con esa parte tan jazzística que durante siete esplendorosos minutos nos hipnotiza colocando así punto final a un disco mítico, único, entrañable, rockero, un disco que encumbró aún mas si cabe la leyenda de Jim Morrison, que despachó otra obra de arte, otro discazo, otro clásico, clásico nikochiano.
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